La Pasión de Cristo y la humanidad de nuestro siglo

Publicado el 17 de abril de 2014
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En el libro-entrevista a Benedicto XVI escrito por Peter Seewlad le pregunta el periodista alemán si sigue creyendo el Papa como cuando era un niño. Su respuesta es: Diría: lo más sencillo es lo verdadero y lo verdadero es sencillo. Nuestra problemática consiste en que, de tantos árboles, no vemos más el bosque, que, de tanto saber, no encontramos más la sabiduría.  De alguna manera los hombres y mujeres del siglo XXI, inmersos en la vorágine de información y conocimientos, expertos en medios e instrumentos, hemos olvidado lo esencial. Las tradicionales preguntas de quiénes somos, para qué vivimos, el sentido de la vida quedan eclipsadas por nuestro nihilismo, hedonismo o simplemente pasotismo. El racionalismo soberbio se niega a admitir la posibilidad de que Dios, suponiendo que exista, se haya hecho hombre y, no contento con eso, haya sellado con la humanidad una alianza rubricada con su propia sangre.

Las procesiones y actos litúrgicos que pueblan nuestras calles en estos días nos hablan de esto, lo queramos o no. El Vía Crucis, tradicional oración de la Iglesia, no es otra cosa que el acompañamiento a un Dios sufriente que lleva sobre sus hombros todos los dolores de los hombres y mujeres de la Historia. Todo el relato de la Pasión es el combate entre el bien y el mal, con sus matices y personajes: el amor, la verdad, la cobardía, el dolor y la victoria de un Dios que, lejos de aplastar a sus enemigos, los perdona en un abrazo eterno desde la Cruz.

No por casualidad el calendario occidental tiene en el nacimiento de Cristo su inicio. Y en la Pasión de Cristo el tema más reproducido por los artistas de todos los tiempos. Y no solo por una convención cultural o un ejercicio de mecenazgo. Si no porque es difícil dejar de conmoverse ante un Dios omnipotente que se revela en Jesucristo, un judío de profesión carpintero que lava los pies a sus discípulos, come con pecadores y no lapida a las prostitutas. Y que habiendo amado a los suyos, llega hasta el extremo de dejarse colgar del madero de los delincuentes y malhechores para enseñar a los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares que Dios es amor.

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