Todos tenemos el derecho a decidir. Y el deber de decidir en muchas ocasiones. Aunque en algunas de ellas nos gustaría que nos dieran la decisión tomada. Porque decidir es difícil e implica asumir unas consecuencias: las que deriven de nuestra decisión consciente e informada.
Cuando nos toca decidir sobre algo realmente importante, es imprescindible disponer de la máxima información y sopesar los resultados de una u otra opción. Cuanta más información recibamos, más libres seremos para decidir.
Si a alguien le han de operar a vida o muerte, es lógico que le informen del mal que le aqueja, mostrándole las pruebas realizadas y sus resultados, de sus posibilidades de elección y de las consecuencias de cada opción para que decida su futuro. Probablemente coincida con la opinión de los facultativos, pero a nadie se le ocurre escamotearle información, no enseñarle los resultados de sus pruebas y manipularle para que elija, sin saber la realidad, lo que alguien ya ha elegido por él.
Creo que nadie tiene el derecho de decidir sobre la vida de otro, y hablo en este caso del aborto. Sin embargo, poniéndome en la argumentación de los que creen que la mujer puede decidir sobre la vida o la muerte de su hijo, hay cosas que no me cuadran.
Las leyes proaborto dicen estar para que las mujeres tengamos el derecho a decidir. Pero la decisión sólo puede dirigirse hacia una de las opciones por el procedimiento de escamotear información.
Si realmente estas leyes buscaran un derecho a elegir, habrían de informar de todo: «si usted aborta le puede pasar esto y esto…», «si usted decide tener a su hijo puede sucederle esto y esto». Y lo más importante: «estamos decidiendo sobre esto» mostrando la ecografía del «problema» sobre el que se tiene que decidir.
Es una cuestión de coherencia. Y de decencia.
Sin embargo, para mi sorpresa, los defensores de la libre elección de la mujer no quieren que las mujeres veamos exactamente sobre lo que vamos a decidir a vida o muerte. Son contrarios a que se nos enseñe la ecografía de lo que nos proponemos eliminar en el triste ejercicio de un presunto derecho que nos avergonzará por generaciones.
Entonces ¿quieren que la mujer decida libremente, o que decida a ciegas lo que desde todas partes le imponen sutilmente: «líbrate del problema»?
El aborto triunfa en nuestra sociedad por tres razones: la identificación del hijo imprevisto como un problema gravísimo que se puede «arreglar», la socialización y común aceptación del egoísmo como filosofía de vida, y la cosificación de los hijos que llevamos en el vientre por el fácil procedimiento de no verlos e imaginarlos como un grano sin vida, fastidioso, molesto y hasta pernicioso.
Y los que quieren, no que decidamos, sino que abortemos, saben que muchas mujeres, al ver a su hijo, lo «decosifican» y el problema que supone su nacimiento y el egoísmo que rige nuestras vidas se esfuman o, al menos, se hacen tan pequeños como grande en nuestro corazón ese pequeño bebé que nos late dentro.
¿Con más información somos más o menos libres de elegir?
¿Quieren que decidamos, o quieren que abortemos?
¿Derecho a decidir, sin el deber previo de informar?
Por eso, a veces, cuando pienso en los miles de mujeres que van a los abortorios sin saber lo que van a hacer, porque algunos quieren que no lo sepan, me acuerdo de esos lemmigs que se arrojan al mar sin pensarlo, siguiendo a la masa, sin información sobre hacia donde van, sin saber el tamaño de océano al que se lanzan. Si pudieran saber más cosas, jamás lo harían.
Alicia V.Rubio Calle