Un libro para el debate: «Los últimos días. Razón y práctica de los cuidados paliativos», del Doctor Manuel Serrano Martínez

Publicado el 16 de diciembre de 2019
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España necesita, desde hace tiempo, un debate serio sobre la universalización de los cuidados paliativos como verdadera solución al problema del sufrimiento en la vejez y la enfermedad terminal. Ahora, la pretensión de una parte de las fuerzas políticas de legalizar la eutanasia y el suicidio asistido como falsa salida al problema, hace más necesario que nunca ese contraste de ideas, datos y argumentos.

Este contexto hace particularmente valioso y oportuno el libro que acaba de publicar la editorial Digital Reasons con el título «Los últimos días. Razón y práctica de los cuidados paliativos» y del que es autor el Doctor Manuel Serrano Martín.

Al hilo de esta novedad y por su interés, reproducimos a continuación una reseña de dicha obra escrita por nuestro amigo David Guillem-Tatay, profesor universitario y miembro del Observatorio de Bioética en la Universidad Católica de Valencia.

 

LOS ÚLTIMOS DÍAS. RAZÓN Y PRÁCTICA

DE LOS CUIDADOS PALIATIVOS.

Manuel Serrano Martínez. Editorial “Digital Reasons”, 2019.

 

La eutanasia y el suicidio asistido han cobrado actualidad por razones legales y políticas. Manuel Serrano, Doctor en Medicina, especialista en Medicina Interna y Profesor Titular de Medicina en varias Universidades españolas y extranjeras, reflexiona sobre el final de la vida valorando con razones filosóficas, antropológicas y médicas los cuidados paliativos.

En la vida hay felicidad, bien, placer…, pero también dolor, sufrimiento y muerte. Ante este segundo bloque, el autor del libro objeto de la presente reseña literaria trata de responder de modo científico a las siguientes preguntas:

¿Qué puede hacer el paciente ante tales realidades que se dan en la vida? ¿Qué puede hacer el médico? ¿Hay otros sujetos implicados que pueden dar también respuesta?
En cuanto a los pacientes, dependiendo de su postura fundamental ante la vida (Capítulo 1) y el hombre (Capítulo 2), la respuesta y actitud ante la experiencia del mal (Capítulo 3), será esperanzadora o nihilista.

En efecto, la vida o es producto del azar o es producto de una naturaleza guiada. En este segundo caso, por el que apuesta el autor razonadamente, la vida se sustenta en el ser. Esa ontología es contraria al poseer, al tener, ya que lo que se tiene se pude perder. Por el contrario, toda vez que nos anclamos en lo consistente, en lo real, la vida cobra sentido, luz, pues somos más que biología.

En el siguiente Capítulo, el Dr. Serrano aborda la cuestión antropológica, el hombre como culmen de la naturaleza, pues con la razón puede decidir en base a la dignidad y la libertad. Esas propiedades nos hacen iguales a los demás hombres, pero, he ahí lo importante, siempre y cuando la dignidad no se instrumentalice, toda vez que cada hombre es único e irrepetible.

Ambos análisis, sobre la vida y el hombre, son clave para poder, o no, responder a la pregunta por la experiencia del mal (Capítulo 3). Todos tenemos experiencia de la enfermedad, el dolor, el sufrimiento. Pero, ¿por qué no los aceptamos como parte de la vida? Porque la vida es un proyecto con sentido, es historia y biografía. Cierto que pasado, pero también presente y futuro, y la experiencia del mal, en sus diferentes manifestaciones, sobre todo las más radicales, quiebra ese proyecto, ese futuro. En tanto en cuanto cada persona lo afronta de manera diferente, el médico debe entrar en relación con cada paciente y, desde esa relación individualizada, debe ayudar de manera sanadora y acompañar con sentido a cada uno en la vivencia del dolor y del sufrimiento.

Hasta ahora hemos hablado sobre todo del paciente. Pero, ¿qué puede hacer el médico?
La relación de amistad médica, en términos de Laín, con el paciente, que es de igualdad pues se ha superado la etapa del paternalismo médico, debe sustentarse en la bioética (Capítulo 4), cuyos principios básicos son: beneficencia, no-maleficencia, autonomía y justicia. Y desde esos principios, la relación entre ambos sujetos ha de ser dialógica y de confianza, de tal manera que ambos deciden el curso hacia donde debe ir la vida del paciente en estos momentos tan difíciles. Así, por medio del consentimiento informado, la guía podrá conducir hacia el suicidio asistido (última parte del Capítulo 4) y la eutanasia (última parte del Capítulo 5) o, en su contrario, hacia los cuidados paliativos (las dos primeras partes del Capítulo 5).

Ni el suicidio asistido ni la eutanasia responden adecuadamente a la recta razón sobre la libertad y la dignidad, en contra de las ideas más o menos enraizadas hoy de Hobbes, Nietzsche o Feuerbach, entre otras razones porque el hombre es mucho más que un preparado farmacológico y unas dosis.

De ahí que, al apostar por los cuidados paliativos, el autor dedica a los mismos un capítulo extenso. Y lo hace tanto para los cuidados en la vejez como en la enfermedad terminal. En ambas situaciones vitales son importantes tanto los médicos como los pacientes y sus familias, pero también las instituciones, y todos esos sujetos deben estar coordinados.

Los médicos deben utilizar los avances biomédicos y farmacológicos para humanizar los procesos de los pacientes, pues el dolor tiene tratamiento médico, desde medicamentos comunes hasta opiáceos en enfermedades avanzadas, cuya administración es muy variada.

Las familias, sobre todo los cuidadores, deben de emplear tiempo para sus enfermos, aprender a cuidarlos en todos los detalles que requieren, que son muchos. Motivar, ayudar a socializar y acompañarlos hasta el último momento.

Y las instituciones deberían de ocuparse más y mejor de los pacientes en estas situaciones, y no se está hablando solamente de dinero: cita como ejemplo la Ley de Dependencia que, aunque mejorable, tuvo buena intención, pero mala puesta en práctica.

Finalmente, el Capítulo 6 lo dedica a afrontar la muerte. Es evidentemente imposible comprender la muerte desde la vida, además de que pensamos poco en ella porque no renunciamos a las experiencias de la vida y preferimos movernos reflexivamente en ella que en la terminación de la misma. Pero la vida acaba, y cuando se acerca su terminación experimentamos angustia, negociamos y/o nos resignamos por incertidumbre o miedo. Pero el autor nos abre a otra forma de tratar la muerte: desde la moralidad, la salvación, el sentido religioso y lo que debería ser más actual: el alma. Porque sobre la base de Ortega y Gasset, entiende que “las verdaderas creencias me sujetan, me sostienen”, de tal manera que tras la muerte encontramos otra dimensión.

David Guillem-Tatay.
Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia.

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