La celebración del centenario de la Primera Guerra Mundial ha dado lugar a un verdadero aluvión de análisis de todo tipo sobre las causas, el desarrollo y las consecuencias de una catástrofe que en muchos aspectos cambió la Historia.
La interesante página internacional Views & Values ha querido contribuir también a esta revisión de la Gran Guerra aportando algunos puntos de vista en buena medida diferentes de los más habituales. De entre ellos, traemos aquí el publicado por nuestro compatriota Juanjo Romero, Director Técnico del prestigioso digital InfoCatólica, en el que hace además una especial referencia a las consecuencias en España del conflicto bélico.
LA NO-GUERRA MUNDIAL EN ESPAÑA
Juanjo Romero – Views & Values
Ningún país fue neutral durante la Primera Guerra Mundial, pudo ser no-beligerante, pero no neutral. Una parte importante de los factores negativos que dieron lugar a la Gran Guerra afectaron también a España. El triunfo bolchevique potenció el asentamiento de partidos marxistas, un sector de la clase gobernante se entregó a la descristianización de la sociedad en aras de un falso progresismo y el nacionalismo disgregador de catalanes y vascos se tornó beligerante. La I Guerra Mundial fue una guerra total de la que saldría no sólo una visión distinta del mundo, de la cultura y de la ciencia, sino que saldría también una visión radicalmente diferente del propio hombre y sus relaciones.
La primera guerra «total»
¿Qué habría pasado si Gavrilo Princip no hubiese apretado el gatillo? Probablemente la Primera Guerra Mundial se habría iniciado en otro lugar y en otras condiciones, pero la Gran Guerra habría existido.
El «siglo de los totalitarismos» eclosionaba y lo hacía rompiendo las viejas costuras de una Europa que poco a poco iba a asumir el papel que Grecia tomaba en el mundo clásico. Tarde o temprano tenía que ocurrir, no era una mera redistribución de los centros de poder, «guerras mundiales» ya las había habido, cualquier enfrentamiento entre los imperios europeos se libraba a lo largo del mundo. La I Guerra Mundial supuso mucho más, una guerra total de la que saldría no sólo una visión distinta del mundo, de la cultura y de la ciencia , saldría también una visión radicalmente diferente del propio hombre y sus relaciones.
Y en este sentido ningún país fue neutral, pudo ser no-beligerante, pero no neutral. El siglo XX que nace en 1914 de un atentado y muere en 2001 de otro, no es sólo el de los totalitarismos, es también el siglo de las ideologías que suceden al racionalismo de la Ilustración y su mito del eterno progreso. Es el triunfo de los hegelianos, de izquierda y derecha, y de Nietzsche. El psicoanálisis, la teoría de la relatividad (la general se publica en 1915), modelos atómicos de la materia, la cuántica, la estadística aplicada a la sociología y el desarrollo de la genética van configurando el nuevo modo de acercarse al hombre y sus problemas.
Al contrario de la imagen que proporcionarían las novelas, la Gran Guerra fue recibida por la mayoría de los pueblos de los países beligerantes con enorme júbilo. Una ilusionante oportunidad de hacer tabula rasa con el XIX, un comienzo esperanzador, una nueva Atlántida que emergía. Como diría Ortega, el pensador español del 14, todo lo viejo e inerte se hunde en las trincheras, y queda sólo en pie lo que es puro, lo que es joven, lo que es posible.
Con estos ingredientes el hombre se transforma en hombre-medio, hombre-masa, proletario. Se deshumaniza, pasa a formar parte de un «proyecto superior» de carácter etnicista o clasista, que se podemos observar por ejemplo en el paso del antijudaísmo al antisemitismo. El odio al judío ahora es racial, ya da igual la religión que profese.
La deshumanización no se reduce a los nacionalismos racistas, estos son un fenómeno transversal a «izquierdas y derechas», aunque se proclamen internacionalistas: comunistas, socialistas, fascismos varios y también a las autodenominadas democracias liberales.
Como botón de muestra baste considerar que los programas eugenésicos no nacen con Hitler, él sólo les da mala fama. La políticas y justificaciones de la eugenesia se fraguan en Estados Unidos o Reino Unido, de la mano de personajes como Winston Churchill ,Margaret Sanger , Marie Stopes promotora del aborto, H.G. Wells , Norman Haire , Havelock Ellis , Theodore Roosevelt , George Bernard Shaw , J. M. Keynes , J. H. Kellogg , Robert Andrews Millikan o Linus Pauling. Las políticas de segregación racial que se mantuvieron activas hasta mediados del XX en Estados Unidos tenían una raíz eugenésica: no ensuciar la raza blanca. El programa nazi «Aktion T4» de exterminio de las «vidas que no merece la pena ser vividas» es una consecuencia directa, una conclusión.
Pareciese como si el objetivo del progreso ya no fuese la persona sino la raza o la clase.
Junto con el racismo (en sentido amplio: etnia, lengua, cultura…) y con la despersonalización, el tercer elemento que configura el nuevo nacionalismo, y que lo distingue del patriotismo del pasado, es la des-religación del individuo, que en el mundo occidental se tradujo en una descristianización. Quizá no tanto, aunque también, por el alzamiento del Becerro de Oro del Estado o de la Clase, sino más bien porque el «odio al otro» inherente era incompatible con el principio de amor cristiano. No caben los dos. Muchos de los nuevos nacionalismos recurren a un pasado justificativo pagano o clásico o simplemente al ateísmo.
La pérdida de esa «fraternidad cristiana», que no es la de la Revolución Francesa, es una de las causas de que la Gran Guerra fuese extremadamente cruel, se utilizasen armamento inhumano, como por ejemplo los gases, y se perdiese todo atisbo de «caballerosidad» que había reinado incluso en los más encarnizados enfrentamientos entre naciones «cristianas».
La Gran Guerra en España
España fue neutral en la I Guerra Mundial. Más por necesidad que por virtud. En 1914 el país estaba destrozado anímicamente por el «Desastre del 98» que había concluido con las pérdidas de las provincias-colonias de ultramar: Cuba, Filipinas y Puerto Rico. Había tenido su propia guerra mundial con Estados Unidos. Un conflicto perdido de antemano, desarrollado muy lejos de casa y que puso de manifiesto que se carecía de una marina y un ejército a la altura del Imperio que aun colectivamente se imaginaba. Un año después se le vendía a Alemania las últimas posesiones en el Pacífico, las Islas Carolinas y Marianas. La política africanista que intentó llenar el vacío se convirtió a la postre en un lastre.
En la memoria colectiva de los españoles la Primera Guerra Mundial prácticamente no existe. En la Segunda Guerra Mundial también hubo neutralidad, pero al menos hay películas. Eso no quiere decir que aquellos cuatro años no influyesen en la vida nacional. La guerra hispano-americana del 98 sólo había sido un parón en un siglo con tres guerras civiles –las Guerras Carlistas—y el odio fratricida pudo seguir desarrollándose, ahora en una especie de guerra de juguete entre aliadófilos (partidarios de la Entente Cordiale) y germanófilos (partidarios de la Triple Alianza).
Dos años después que el rey Alfonso XIII promulgase que «declarada, por desgracia, la guerra […] el Gobierno de Su Majestad se cree en el deber de ordenar la más estricta neutralidad a los súbditos españoles», el escritor Pío Baroja, anticlerical y germanófilo escribía: «desde que comenzó el conflicto europeo, el pueblo español, como la mayoría de los pueblos neutrales, está en plena guerra civil».
Mientras las trincheras y los frentes en Europa eran reales, en España se levantaron trincheras y frentes simbólicos. Un simulacro de guerra que tuvo a los intelectuales –por primera vez en la historia del país– como abogados y detractores de una causa internacional, que fue tomada por ellos como un pretexto para diseccionar la razón de ser de España. Una «guerra civil» que se desataba por cualquier nimiedad como el estreno de una ópera de Wagner, pero que llevaba en su seno el germen de la Guerra Civil Española de 1936.
Para la economía del país, la Gran Guerra fue un revulsivo, una «orgía de ganancias» como se la calificó. La venta de materias primas minerales y manufacturados industriales y textiles y la marina mercante supuso un revulsivo a la situación económica. Aumentaron las reservas de oro, y por primera vez en mucho tiempo hubo una balanza de pagos positiva.
En el plano cultural, la Gran Guerra da nombre a toda una generación de escritores e intelectuales, «la generación del 14» que encabeza José Ortega y Gasset pero en la que se encuadran pensadores de la talla de Eugenio d’Ors, Azaña, Gregorio Marañón, Salvador de Madariaga, Sánchez Albornoz, Américo Castro, Manuel García Morente, y novelistas como Gabriel Miró o Ramón Pérez de Ayala.
La política entró en fase de estabilidad consolidándose el sistema del «turnismo», conservadores y progresistas alternaban en el poder. Fueron cuatro años de cierta bonanza a todos los niveles que terminaron con el fin de la Gran Guerra.
La economía volvió a caer con el agravante de que la sobreproducción produjo una elevada tasa de paro industrial que acababa de crearse y no tenía sectores sustitutorios. La época de bonanza provocó un aumento de los precios que no fue corregido. La política entró en fase de convulsión agravada por los desastres exteriores en Marruecos. La población tuvo que enfrentarse a la pandemia de gripe de 1918 que tomó el nombre internacional de «gripe española».
Una parte importante de los factores negativos que dieron lugar a la Gran Guerra no respetaron la neutralidad española: el triunfo bolchevique potenció el asentamiento de partidos marxistas, un sector de la clase gobernante se entregó a la descristianización de la sociedad en aras de un falso progresismo, el nacionalismo disgregador de catalanes y vascos se torna beligerante.
El plano inclinado por el que se hundía España desembocó en la II República que no hizo más que agravar los síntomas y que terminaría con la Guerra Civil Española.
Para el mundo la Guerra que comenzó en 1914 fue mucho más que una guerra, fue el año que cambió la Historia, también en España.
http://vv-post.com/blogs/99-world-war-one-the-non-wwi-in-spain.html