La cultura de lo provisorio y sus consecuencias

Publicado el 14 de abril de 2016
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Mañana hará una semana que se hizo pública la exhortación apostólica postsinodal Amoris Laetitia escrita por el papa Francisco y dirigida a obispos, sacerdotes y fieles en general. Y en estos siete días sospecho que muy pocas personas la han leído, entre otras cosas porque son 272 páginas y también porque es más fácil quedarse con los titulares de los medios que solo aspiran a dar una noticia de portada.

No ignoro que los focos se han puesto en «la atención pastoral ante situaciones que no responden plenamente a lo que el Señor nos propone» (frase textual de Francisco en la introducción) y que el público en general traduce como «si los divorciados vueltos a casar pueden comulgar». Como no soy experta ni tengo autoridad alguna para comentar este apartado, les remito a lo escrito por don Juan Pérez-Soba, sacerdote y doctor en Teología en matrimonio y familia por el Pontificio Instituto Juan Pablo II.

Dicho esto, me propongo seguir la recomendación que el propio pontífice hace en la introducción y evitaré una lectura general (superficial, diría yo) apresurada.  Y con este enfoque, compartiré en este blog los apartados de la exhortación sobre temas en los que Profesionales por la Ética lleva casi tres décadas trabajando.

El primer asunto que quiero comentar es que los reunidos en el Sínodo han señalado como síntoma de declive el predominio de una cultura «que no promueve el amor y la entrega». Esta «cultura de lo provisorio» es evidente en el ámbito afectivo, como demuestra «la velocidad con la que las personas pasan de una relación afectiva a otra». Naturalmente, este modelo de relaciones sentimentales, de usar y tirar, están hechas al gusto del consumidor o a imitación de las redes sociales «que se pueden conectar o desconectar e incluso bloquear rápidamente».  Así que los criterios que utilizamos con los objetos materiales los aplicamos también a las personas.

En este contexto se entiende, por ejemplo, una educación afectivo-sexual (la impuesta en las escuelas e institutos españoles y en las actividades promovidas por las administraciones) que promueve precisamente la provisionalidad, el deseo y la ausencia de responsabilidad alguna sobre las propias decisiones y sobre el otro. Con su kit correspondiente de preservativo y píldora del día después y, si fallan, pues aborto libre y gratuito.  Y punto.

La exhortación recuerda también que:

la Iglesia rechaza con todas sus fuerzas las intervenciones coercitivas del Estado en favor de la anticoncepción, la esterilización e incluso del aborto. Estas medidas son inaceptables incluso en lugares con alta tasa de natalidad, pero llama la atención que los políticos las alienten también en algunos países que sufren el drama de una tasa de natalidad muy baja.

Y más de uno dirá que a nadie se le obliga a abortar en los países en los que este crimen está legalizado.  Y que, por tanto, no se puede hablar de coacción para acabar con la vida del nasciturus. Pero la realidad es que las leyes tienen un efecto pedagógico y cultural innegable que, si no obligan, contribuyen a devaluar unos valores (la maternidad, la vida del no nacido…) y a dar por buenos otros (el descarte de embriones, niños por nacer, discapacitados…). Y además, cuando la ley avala un supuesto «derecho», el sistema está obligado a atenderle convirtiendo a los servicios sociales y sanitarios públicos en facilitadores de la muerte en lugar de custodios de la vida. Y esto no es teoría; más de un caso conozco en el que la matrona de una hospital público ha animado a una mujer a «repensar» su incipiente embarazo simplemente porque ha cumplido la treintena o ya tiene otro hijo. No será coacción pero digamos que es una invitación insistente. 

No quiero acabar sin citar el llamamiento del Papa a la necesidad de salvaguardar los derechos de la familia, «un bien del cual la sociedad no puede prescindir». Francisco califica de «llamada profética» la defensa de los derechos de la familia frente a toda agresión, con una crítica expresa a la desatención de los proyectos políticos hacia esta institución.

Teresa García-Noblejas

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