Entre las condiciones que se exigían para ser soldado en las Ordenanzas de Carlos III, que, dicho sea de paso no eran muy exigentes pues entre otras estaba tener al menos dos dientes enfrentados para poder abrir el papel de los cartuchos, aparece una un tanto curiosa: se prohíbe entrar en el ejército a “enterradores, carniceros o murcianos”.
Estas ordenanzas de reclutamiento seguían vigentes al comienzo de la guerra de 1808
Sobre las dos primeras prohibiciones, parece ser que los pueblos no podían permitirse la ausencia de un enterrador dada la alta mortandad y la posibilidad de epidemias y, en el caso de los carniceros, no he podido resolver la razón salvo la posibilidad de que, en momentos de hambrunas y muchos cadáveres, pudieran hacer uso de sus conocimientos.
El caso de los murcianos era mucho más asombroso pues lugareños de esa zona entraron en el ejército como los demás españoles y lucharon como el resto contra la invasión francesa.
La solución me la vino a dar el diccionario y no tenía nada que ver con los habitantes de Murcia. El verbo “murciar”, un germanismo, era hurtar o robar y un “murcio” obviamente era un hurto. Entre las acepciones de murciano aparecía “persona que hace murcios, persona dedicada al robo y la delincuencia”. Era evidente que el ejército no quería “murcianos” que hicieran “murcios” y que nada tenía que ver con los habitantes de la región del mismo nombre.
Mi suerte fue poseer un diccionario antiguo, de esos que pretendían ser reflejo de la realidad, y no cambiarla al gusto de algunos. En uno más actual, no hubiera podido encontrarlo.
Actualmente, se ha retirado la acepción de “murciano que murcia” por petición de algunos murcianos que lo consideraban ofensivo, ignorando la diferente etimología de ambos términos, motivo por el cual, las nuevas generaciones que se tropiecen, como yo, con ese término pensarán que había alguna razón oculta que impedía a los habitantes de Murcia servir en el ejército español de aquellos años. Con un poco de mala suerte hasta surge algún movimiento de reivindicación histórica que pide un resarcimiento económico al Estado por impedir en 1800 que los murcianos entraran en el ejército privándoles de un derecho que los demás tenían.
Esconder el pasado impide entenderlo y manipula el presente. Y lo malo es que la mayor parte de las veces, a la manipulación se une la ignorancia, en este caso lingüística. Sin ánimo de ofender, esto me suena a los concejales que trataron de quitar de una calle el nombre de Batalla de Bailén por ser “franquista”.
Ahora son los gitanos los que consideran que la acepción familiar de gitano, ”persona que estafa u obra con engaño” ofende a los gitanos. Piden que se quite del diccionario pese a que popularmente se siga utilizando. También aparece en gitano la acepción de “que tiene gracia y arte para ganarse la voluntad de otros”. Supongo que ninguna de ambas acepciones coincidirá con todos los gitanos, pero el problema es que ese uso existe.
Es evidente que estas acciones tratan de usar el diccionario para cambiar la realidad en vez de que éste sea un reflejo de la realidad lingüística actual o pasada.
Igual que el término murciano dejó de utilizarse, no porque desapareciera del diccionario sino porque posiblemente inducía al error, la acepción negativa de gitano ha de desaparecer del uso por ser falsa e injusta. Y quedar en el diccionario como una de las acepciones que nuestros nietos pueden encontrar para entender escritos literarios del tiempo de sus abuelos.
Alicia V. Rubio Calle